jueves, 16 de diciembre de 2010

¿Quién es El Hablador?

Cuando alguien pregunta: ¿Cuáles son las obras más importantes del escritor peruano y reciente premio nobel de literatura, Mario Vargas Llosa? La respuesta común será (aunque no se hayan leído) La ciudad y los perros, La casa verde, La tía Julia y el escribidor, La fiesta del chivo, Los cuentos de la niña mala. Los más avezados dirán, Lituma en los Andes y se referirán a obras dramáticas como La señorita de Tacna o Al pie del Támesi. Pero hoy no detenemos a analizar la novela El Hablador (1988) a través del texto Pensamiento antropológico de Teilhard de Chardin de Gerardo Anaya Duarte.
En El Hablador, el personaje de Saúl Zuratas realiza un acto de amor en la selva Amazonía, en la comunidad machiguenga de la región del medio y alto Urubamba en Perú. ¿Por qué un acto de amor? En el capítulo V Hacia la unidad de la especie humana de Pensamiento antropológico de Teilhard de Chardin, el padre jesuita expone: “el amor, el verdadero amor personaliza: ‘El amor tiene la virtud no solamente de unir sin despersonalizar, sino de ultrapersonalizar al unir’. No hay que tenerle miedo a amar hasta el extremo, no disminuiremos, no nos vaciaremos: ‘quienes efectivamente se salven, serán aquellos que, transportando audazmente fuera de sí mismos el centro de su se ser, se atreven a amar a otro más que a sí mismos, se conviertan de alguna manera en ese otro, esto es, atraviesen la muerte, para buscar la vida” (79-80). Saúl Zuratas, más allá de hacer el amor de una forma sentimental o sexual, profundiza en la esencia machiguenga, se convierte en el contador de las historias fundacionales de los aborígenes del alto Urumbamba, después de un largo proceso de aceptación y de desprendimiento de la sociedad de la escritura. Saúl Zuratas se despoja de su formación judía. Renuncia a los beneficios y perjuicios del poder económico, de los sistemas sociales, del comunismo o del capitalismo y se recluye en la sociedad oral. Privilegia la oralidad que por su calidez incita a la imaginación y mantiene activa la memoria. Los machiguengas al igual que el pueblo judío eran errantes y marginales. Ahí radica la atracción que tiene hacia ellos el personaje principal de El Hablador: Saúl Zuratas. Los indígenas lo aceptan, lo reciben, lo elevan al grado de “hablador”. No se fijan en defectos ni en las deformaciones ni en las manchas externas ni en el pasado del nuevo elemento (tiene una enorme mancha oscura que le cubre la mitad de la cara). Se ganó el lugar con paciencia, con interés extremo por el otro. Aprendió el idioma. Se mimetizó en ellos. Entregó a la comunidad su vida y quizá su muerte. El hecho de ser “El Hablador” lo posicionó como quien atesora la memoria, la sabiduría y la creatividad. Es tal el acto de amor que realiza Saúl Zuratas que defiende y protege del exterminio a los machiguengas, que se verán amenazados por la evangelización o serán tomados como simples objeto de estudio de investigadores externos fríos. En el desarrollo de la novela los machiguengas engañarán al enemigo evangelizador, le harán creer que el nuevo dios cristiano, omnipotente y severo ya entró en sus conciencias a través de la traducción de la biblia a su lengua, sin embargo, escondido en la densa selva El Hablador misterioso les recordará de dónde vienen y cuál es su misión en ese mundo. Saúl Zuratas, El Hablador, se constituye como el defensor de lo popular y del imaginario colectivo. El medio para recobrar sus costumbres, tradiciones y creencias.
La novela citada es un libro para leerse en voz alta. ¿Qué ganamos y qué perdemos en la sociedad de la escritura y del avance tecnológico?. El texto es un ensayo sobre la comunicación, una crítica narrativa acerca de la sociedad de la escritura y de la sociedad oral. Los sobrevivientes de esta última: “Se aferran al conocimiento profundo de la relación del hombre con la naturaleza, el hombre y el árbol, el hombre y el pájaro, el hombre y el río, el hombre y la tierra, el hombre y el cielo. El hombre y Dios. Esa armonía que existe entre ellos y esas cosas, nosotros ni sabemos lo que es, pues la hemos roto para siempre”. (El Hablador p. 115) La sociedad de la escritura nos ha hecho evolucionar en un sentido individualista.
Cuando se enfrente a El Hablador de Mario Vargas Llosa disfrute de la cosmogonía fluvial de los machiguengas. Es sorprendente. Similar a las creencias griegas del Hades o reino de los muertos. Me conecto al mito de Orfeo y Eurídice. Otro acto de amor. ¿Recuerdan? Unas serpientes envenenan a Eurídice y muere al instante. Hades, el dios de la oscuridad se la lleva al inframundo. Orfeo no resiste la idea de perderla y decide ir por ella, descender al abismo para rescatarla. El viaje de Orfeo al mundo de los muertos en busca de su amada Eurídice implicó navegar por los ríos de la tristeza, de los lamentos, del olvido, del fuego y del odio. El reino de Hades estaba protegido por Caronte a quien había que pagarle un óbolo, pero el héroe Orfeo le pagó con música… Los ríos de El Hablador también son extraordinarios: “…la vía láctea era el río Meshiareni por el que bajaban los innumerables dioses y diosecillos de su panteón a la tierra y por el que subían al paraíso las almas de los muertos”. (pág. 102) “…la región más temible y profunda, la del Gamaironi, río de aguas negras, sin peces, y de páramos donde tampoco había nada que comer. Eran los dominios de Kientibakori, creador de inmundicias, espíritu del mal y jefe de una legión de demonios: los kamagarinis”. (121). Disfrute de este texto y cuando acuda por primera vez a Mario Vargas Llosa no sólo se quede con el lugar común. Busque lo menos publicitado que seguro va a querer seguir leyendo.

Armario de los placeres

Receptáculo de recuerdos, concepciones y sospechas.

Ad líbitum