miércoles, 21 de mayo de 2008

Agonía felina

Para S
Don Chilo fue un gato negro que al salir de casa se veía al acecho de ignorantes y temerosos de la vida. El coraje de verlo muerto --revolcado en su propio vómito-- detuvo mi respiración. Creí que un grito eterno y agudo lo regresaría de lo etéreo, pero sólo encontré --como respuesta-- un silencioso maullido. Sus ojos místicos --verdes--miraban el fulgor de la guadaña de la nada que le arrebató el aliento. Mis ojos presos de lágrimas buscan al asesino... ¿Dónde esconderá el frasco de veneno? ¿Bolitas de coraje y odio hacia el reino animal?

El grito de la ira golpeó mi corazón, abrí la puerta --volteé sin ver-- e imaginé que su cuerpo negro e inmóvil descansaba del calor. Pero esta rabia personal me abrió los ojos interiores, los que no tienen miopia, los que alcanzan a deslumbrarse solo con la belleza y se cierran cuando el aullido privado del odio interrumpe el sueño. Observé la realidad, la que aspiro conservar en costal de armonía. ¡Ya me cansé de la paciencia!

Felinos, sobrevivientes de Bastet. ¿Qué rata humanoide --vengativa-- cargará en su frígido cuerpo los sentimientos más insanos y egoístas? Energía contraria esfumó su negro pelaje volátil, el mejor amigo oculto, desapareció. Chilo me encontró en un momento enrarecido... En la oscuridad de una calle sin nombre. Hoy lo sorprendí frío y tieso sin auxilio... en la sala de mi casa.

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