miércoles, 25 de agosto de 2010

Carne Ero

En homenaje a Ambrose Bierce

Soy el profesor Davidson, experto sismólogo de la universidad nacional de este país en ruinas, no sólo por la intensa actividad telúrica de las cuatro regiones, sino por su decadencia moral. Interpreto los sismogramas, a partir de ahí estudio el interior de la tierra. Estamos expuestos a marejadas, terremotos, tsunamis, vibraciones previas a la erupción de los volcanes. Siempre al borde de la muerte y todos parecen tan tranquilos. Ingenuos. Estoy a la víspera de ser testigo de la destrucción de la humanidad y registrarla. Ya comencé a estudiar desde la perspectiva de la geofísica los cambios del planeta. Ahora capto con sofisticados instrumentos el sonido de los cadáveres cuando caen en la tierra de forma violenta. Ayer registré setenta y dos vibraciones. Unas más intensas que otras, dependiendo de la brutalidad. La que más me marcó fue la estertórea caída en do mayor del pastor de ovejas de la comarca, don William. El retumbar profundo de su peso específico, cargado de espiritualidad y de rolliza existencia provocó un sismo menor.
El sobrino Samuel confesó ante los tribunales que había provocado el último suspiro de su tío William, pero sin meter un dedo. Según él, una discusión añeja desencadenó el problema, no lo dejaba trabajar. Así que guió al fiel borrego de la víctima para que materializara su plan, con la bendición de la divina providencia. Samuel, quien siempre vestía de traje negro invariablemente con frío o calor, la muerte de su padre-madre, un transexual que se dedicó a la venta de la mejor cocaína, lo mantenía en un luto permanente; optó por matarlo a través del carnero porque así sería más fácil ascender a la tierra de la bonanza. Su proyecto de vida, a partir de esa traumática pérdida afectiva, fue el de administrar el negocio que heredó de su padre-madre, mejor conocida como la Morsa Galopante, el centro nocturno más importante de la ciudad, que por ser de mala muerte y de variedades, lo bauticé con el nombre de La Gaita del Descanso de los Santos.
Samuel, ya estaba listo para iniciar una ejemplar carrera en el mundo de los negocios sucios y la explotación de la mano de obra. A él sólo le importaba el dinero y el oropel.
El tío William, pastor de ovejas y distinguido ciudadano, representó, por un tiempo, para Samuel, la imagen del padre. En la adolescencia Samuel se volvió intolerante a cualquier autoridad, en especial la del tío William, que pretendía conducirlo por los senderos de la fe. Sus regaños le parecían insoportables. Apenas lo veía con la intención de hablar, Samuel ponía una barrera, se le revolvía el estómago, apagaba sus oídos y evitaba su mirada. El tío William se tornó en obstáculo para los planes futuros de Samuel. No soportaba que le diera órdenes.
El juez lo declaró inocente, concluyó que estaba enfermo de pseudología fantástica, mentir compulsivamente. No era un criminal. Era un perverso que carecía de pudor, asco, vergüenza, culpa. Los diques de la personalidad neurótica. Lo trasladarían al pabellón de la locura. Mi hipótesis: él se disfrazó de carnero para matar al tío. Por ser un mentiroso patológico era capaz de armarse una personalidad para cada ocasión. Era camaleónico, dependiendo del ambiente, se comportaba, con certeza nadie sabía cuál era su verdadera personalidad. Cuando mató al tía era un carnero, pero antes se sentía músico, mñana era un mendigo o de plano le daba limosna a quien le diera lástima.
Mira que decir que el sobreviviente de tantas comilonas familiares haya embestido a don William. El carnero, compañero, protector, el mejor de su criadero, no fue capaz de matarlo hasta casi arrancarle los miembros. El domesticado animal no pudo haberle cortado el tendón de Aquiles ni meterlo en un costal, ni arrastrarlo hasta el patio de su casa, colgarlo del palo más alto y dejarlo secar en canal días y noches. Finalmente cedió a la gravedad y ¡plaz!. Cayó enfundado en la bolsa. Explotó. El olor despertó la curiosidad de los vecinos
Conozco como la palma de mi mano a ese muchacho, reconozco a la distancia su sonido en re menor. Su padre-madre nunca permitió que me acercara a él. Hoy, que tengo la oportunidad de reconocerlo como mi hijo, el desprestigio caería sobre mí. Estoy en pleno estudio del sonido que hacen los muertos enterrados y no puedo arriesgar mi carrera por amor paternal.

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